miércoles, 15 de octubre de 2008

EL SANTO Y EL GUERRERO



En el corazón de todo ser humano hay un santo y un guerrero. En el Santo se estremece de piedad ante la Alma caída, llena su ser de mística y aspira a conquistarla para levantarla, como Lázaro resucitado y coronarla de esplendores arcanos.


El santo no se entiende con el mundo de las formas y sí con el de las esencias. Por eso, el santo penetra en el oculto templo de su Fe y ora al Padre en él. No entiende de espadas desenvainadas, entiende de altares inciensados. No se aviene al grito de batalla, pero si al rezo, sí a la so1edad. En el corazón de todo ser humano, hay un guerrero y hay un santo.


El guerrero nada sabe de 1a Fe, se halla siempre fuera del país de la quietud, la mística le parece una actitud sin vida, opaca, vacía, sin fuerza. El guerrero se entiende con el mundo de las formas; pero no se comprende no puede comprenderse con el mundo de lo espiritual, lo intangible.


Quien mata en sí al guerrero, es náufrago desvalido en medio del océano del mundo, existencia arrastrada por el torbellino de las pasiones.


Quien mata en sí al santo , es sólo impulso ciego despeñado en el mundo del hacer sin conciencia, es pobre marioneta describiendo saltos en el caos, agua de río sin lecho que corre hija del ocaso, llama que no mata las sombras sino que destruye y devasta con su fuerza y ardor.


Nunca pueden existir Ideales huérfanos de una de estas dos potencias ancestrales. Santo para la Fe, Guerrero para la acción que la enmienda y la restaura en el corazón del hermano doliente.
En el caleidoscópico mundo manifiesto, luces y sombras juegan su papel, silencios y sonidos juegan el suyo. Escuchamos el canto de los pájaros, porque el mismo se percibe dibujado sobre el telar de la quietud donde enmudecen los sonidos. Así, estas dos fuerzas, estas dos llamas han de estar siempre ardiendo en el corazón de todo templario, no puede convivir una sin la otra, a no ser que se quiera perecer a los pies de la violencia, a no ser que se quiera morir a los pies de la inercia, mientras el mundo clama deshecho, necesitado de construcción espiritual.


Que se abracen en nuestro corazón el santo y el guerrero, que si decimos "Padre nuestro que estás en los cielos", sepamos también luchar para imponerlo sobre la tierra.


Entendamos que las almas grandes son aquellas que mueren de pié en el campo de la acción..., pero rezando.


Abramos pues con el arado de nuestra voluntad y con la mística del Santo que llevamos dentro nuevos surcos para que al paso de la humanidad toda, pueda florecer una Civilización, donde lo material, este supeditado a lo espiritual para alcanzar así las divinas estrellas celestes.


Fr. + Yan Berti
Mariscal y Preceptor de la Gran Caracas.
OSMTH/OSMTJ

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